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viernes, 19 de febrero de 2016

21, madre mía.

He llamado al invierno más frío,
para retarle.
Que se atreva a congelar las amapolas
una vez vea tu sonrisa.

Será tu cabello el sol que iluminará
esta mañana de febrero
donde el calor ha renacido
con motivo de jolgorio.

21.
Madre mía.
Y pensar que con 10+11 tu vida y la mía ya eran
para toda la vida.

Madre mía.
21.
Legal la bebida en esos unidos estados.
Ilegal esa colonia, tuya,
que da banda sonora a juegos de la infancia.

21.
Y mis manos aún no se han soltado de las tuyas
ni para ir al baño.
Y mis recuerdos siguen refugiándose en nuestros secretos
de niña tonta.

21...
Espero no tener que esperar
a que el 2 anule la existencia al 1
para volver a ver
esos rizos de oro.


(Que todo lo que te dé la música no te lo quite alma humana. Que siga tu arco con su cuerda y con tu encanto y todos ellos con las sonrisas de niña, que de mujer, si no la estampa, el sentimiento de sacrificio. Que sigas siendo tú, con 20, 21, 40 o 51. Que la esencia no se pierda y no se caigan por el camino las promesas. De no olvidarnos. De no perder el vernos. Feliz cumpleaños.)

miércoles, 3 de febrero de 2016

Ostia, un fantasma

Bob siempre había estado en contra de la mediocridad. Puede que fuese porque su nombre era tan común que rozaba lo grosero. No sabía cuál era la diferencia numérica entre Roberts y Robertos, pero estaba seguro de que su cómputo total coincidía en algo: eran muchos. Demasiados. Le parecía injusta la atadura despótica que suponía el nombre. Es indignante, decía, que entre los derechos del hombre y el ciudadano no se encuentre el de decidir su propio nombre, injusto el cargar en nuestras espaldas con el peso de un nombre que nunca quisimos.

Fuera por lo que fuese, a Bob le repugnaba la medianía. Viajar en metro le provocaba sudores fríos, ver la televisión, desmayos, caminar por . La libertad de expresión le pateaba con saña el bazo. El poder dar rienda suelta a la musiquita de ascensor escondida en sus grises cerebros, decía, ha convertido al mundo en el pozo intelectual que es hoy. Pensar, solo pensar, en las faltas de ortografía que salpicaban las opiniones a medio cocer que desfilaban por las redes sociales, y en su estómago se declaraba el estado de emergencia. Los jugos gástricos se rebelaban, lanceando su sensibilidad supina. Los pulmones se le inundaban de ese aire denso y rancio de hora punta y perdía el conocimiento.

Bob odiaba el conformismo ovino. Miraba cómodamente el mundo por encima del hombro, dentro de su individualismo a ultranza. Habiendo sido su vida una férrea declaración de valores, su muerte no podía ser distinta.

Así fue como Bob ganó su última batalla contra la normalidad y rechazó mansiones abandonadas o pasillos oscuros, para convertirse en el fantasma del baño de la estación de autobús de Guayaquil. Y en historias horribles, se lleva a todos los espectros por delante.




viernes, 29 de enero de 2016

profugiciosamentidad

Ando demasiado deprisa para no saber a dónde voy. Pero es que todas las esquinas de Madrid esconden despechos, convirtiendo cada paso en una constante huida. Me dejé el rumbo en un banco del oeste al entender que cualquier beso puede ser una despedida.

Sabes, no tiene por qué doler tanto, ni tan largo. No tiene por qué colgársete del cuello la culpa de que llueva todos los días, dejando la noche en el fango, el sueño mojado, no húmedo. Y lo poco erótico de esa palabra, qué.

AP

"Recuerdo mi niñez
cuando yo era una anciana
Las flores morían en mis manos
porque la danza salvaje de la alegría
les destruía el corazón.
Recuerdo las negras mañanas de sol
cuando era niña
es decir ayer
es decir hace siglos".


Alejandra Pizarnik

martes, 26 de enero de 2016

V de voluntad desgarrada

Desgarrada la carne en gritos sordos. Fuego en las entrañas. Calor pegajoso, sudor amargo. El fluir de la sangre, espesa y oscura como las intenciones de una noche malparida. Blanco. Y rojo. Y carbón de niño malo que colorea la boca de ese lobo. Perdido en callejuelas su socorro, en el pasado su futuro: el negro de esos ojos teñiría cada insomnio. Charco de vestigios, nunca más se buscaría en un espejo.

Y una pregunta reiterada, eco en cada esquina: ¿cómo ibas vestida?



Día de luto

Existen los días tristes sin motivo aparente. El salir del sol no calienta ni ilumina. El suelo es más duro, más frío, más hostil. Las sábanas son mortaja. El lecho, desencuentro. Amargo el café, amarga la vida. Paso tras paso, sucesión discontinua de rivalidades con los pájaros. Duelen los ojos, duelen la cabeza, duele el corazón. De protagonista a espectador, disforia irreverente, dolor prolongado, amargada medianía, placer secuestrado. Son montañas las rutinas, pesa toneladas el cepillo de dientes, está duro el volante, dura la existencia. Las lágrimas se agolpan, se golpean, palpitan en las mejillas, hacen carreras para ver quién llega antes a la barbilla. Hay un motivo para todo, hay motivo para la tristeza injustificada.


Y es que esos días son días de luto por todos aquellos que no han tenido a alguien que llore su partida irreversible.



Indolencia perentoria, final eternamente prolongado

Se ha oxidado ya la saliva de unos besos que más se parecían a salvavidas. Agarrarnos con los dientes a la vida nunca fue una solución perentoria. Más un botiquín de primeros auxilios que escayola. Putrefactas ya las flores que dejé en mi puerta memorando tu última partida, mi antepenúltimo no vuelvas. Lloran las ventanas el sudor que no compartimos, con infinita pena por esta amalgama de futuros imposibles y sueños escupidos en gemidos indolentes. Tratar de salvarnos con abrazos para solo ajustar más la mortaja. Listos para ser enterrados, aún pensando en lo que no tenía que haber pasado ayer, aún arrepintiéndonos de una noche escondida en años perdidos. Perderme por no perderte, por no abandonarme a la incertidumbre de una cama fría. No compro boletos de amor barato para un café solitario, mirando la pared de la cocina. Esperando oír el cerrar de la puerta, el caer de mi dignidad por las escaleras. 

El cartero sigue echándome miradas de pena.